PUNTOS CERCANOS - segunda entrega

Relatos
Por Kennedy Delgado SDB


Hijos de trópico

Son los remolinos unos hijos del trópico, dice la gente que se debe a que la línea imaginaria es un monstruo que todas las mañanas toma forma de vientos torbellinos, hasta que voltea miles de hombre y mata uno que otro; en la tarde se vuelven halcones vigilantes al extraño de esos lugares y cambia de estado sólo si come carne de un recién nacido. Ya de noche, son velo de luna, a veces la tapan, a veces son la corona de vientos que cubren los ataques del clima post invernal.

Hay dos hombres que viven son dormir, nomás se la pasan rascándole alcohol al nopal y comen para espantar la muerte. Uno trae una chamarra de mezclilla y pantalón de igual tela, una gorra roja lo distingue cada que intenten pasar al otro lado de la carretera, no mucho lo ha intentado porque sabe que puede morir. El otro, un tal Juan, camina a toda hora, orina saludando a los carros y cree que la carretera lleva a un gran río. Anda mal de la cabeza de tanto sol. Una vez pidió aventón y conoció Saltillo, duró dos meses para regresar al lado de la cruz que resalta de por el Trópico. Era su hijo el que hacía los remolinos y un día no quiso hacerlos y murió.


Cañas

Alguna vez imaginé un lugar así. La tierra es árida, el polvo silba canciones de paz y nostalgia, las piedras agachan las piernas y por nada caminan. Los jardines son leyenda en Cañas.
Andrés baló de la camioneta y sintió que era un sitio de película del siglo anterior. El aire desgasta la mirada de los pueblerinos. Los perros pelean el territorio con los marranos. Pareciera un pueblo fantasma, a no ser por el saludo forzado del lugareño y la música de banda que se oye tras las puertas.
Andrés no viajaba solo, lo acompañaban dos amigos de aventura, uno era muy serio, Hugo y otro muy dicharachero, Juan. El mayor en años era Andrés, lo reconocieron así los niños del pueblo que le daban una sonrisa en pago de su visita.
Un mezquite es el guardián de la plazoleta sin terminar, escucha el paso inquebrantable del sueño, cobija el mediodía a los andantes que cruzan el pueblito para ir a la tienda. Andrés se ha visto en ese lugar pero en otras horas, con otro trabajo yendo por sus monedas a la casa mayor de la Hacienda.
Se recuerda así, hace años que vivía ahí. Lo reconocieron los niños que dio al índice de natalidad.


Lupita

Cuando llegué al crucero, el único en todo el poblado, me recibió un hola en movimiento, una muchacha bonita. Me le quedé viendo al lunar cerca de su ojo izquierdo y no miré otro detalle; le devolví el saludo con una leal sonrisa. Creo que al segundo día pasé por su casa, una construcción sencilla con muchos cuartos. No sabía que estaría ahí, esperando nuestro encuentro. En la esquina de la casa uno de los cuartos estaba acondicionado para ser tienda de abarrotes. Lo primero que vi fue el mostrador de concreto que servía de muralla para no penetrar a la vida de aquella mujer.
La vi sentada en una de esas sillas amplias de plástico, interrumpí la hora de la botana, con su brazo golpeo la locura de su pelo y pronunció un saludo inundado de solemnidad: ¿Qué tal? Ojos abajo me delataron a lo que iba, a pedir si salíamos ese día a platicar de lo grande que es vivir, luego le diría que escucháramos una plática acerca de la juventud. Mientras yo iba subiendo la mirada para enfocar su lunar se puso frente a mí para que la observara, aunque pensándolo mejor era la postura de un maniquí en la única tienda que había más o menos seria. ¿sigues viendo el lunar? En vez de estar colorado empalidecí, ahí estaba en su territorio, ella viendo la playera amarilla que me distinguía a varios kilómetros en el Trópico, su postura era valiente, no cedía ni un centímetro en el ataque. Entonces vi su rostro completo: labios grandes, pestañas de palmera, brazos fuertes como fuerte de alma la sentía. Debajo de sus axilas comenzaba la historia, más que amigas, las necesitaba para vivir, descubriendo sus manos sujetas a la madera convertida en dos muletas.
_No soy de aquí- le dije. Puede que haya sido una introducción tonta pero funcionó. Pude romper la trinchera que cubría su miedo a empezar comunicación.
_Soy Lupita, Lupita Pérez, y yo nací aquí.
Hablamos más de lo que pude haber intentado, me enseñó que la vida debe ser tratada con cariño y así ella te tratará.
Fueron pocos días pero me quedé con la segunda impresión, más completa que la primera. A pesar de no tener una pierna, Guadalupe no la necesita.


Lloran por que se van

Era un estanque olvidado, rededor tenía matorrales, mezquites, cuervos en su nido, uno que otro cardenal. Es de eso residuos de agua consentidos por los astros y la lluvia del otoño. Tomaba el color de la tierra roja, el agua enfurecía, dominaba el panorama y las olas se hacían manos de infantes que quitaban el habla.
Quizá porque vivía en frente del lago Don Horacio era inmune a los chillidos de miedo de ese lugar. Tiene dos hijos, los dos no van mucho para el Norte, saben lo difícil que es cruzar otro hilo de agua llamado El bravo. Son de los pocos que no tienen interés por ir.
Casi todos los muchachos corren de aquí. El campo es rudo y más lo es la vida si no se vuelve oportunista. Así se fue Régulo, el prometido de Magda, y la verdad, no tiene intenciones de volver. Magdalena tiene pocos años, hace tres le hicieron su fiesta ante la sociedad, que ni se apure por la boda.

En el mero núcleo del estanque se han quedado cinco guerreros, otro más está caído y se aprecia fácilmente su espalda. Sus espaldas son extensiones de los brazos; están desnudos, el frío les cubre del calor y la lluvia les hace olvidar la agónica existencia. Lloran porque los hombres se van, porque no buscan ser fieles a su terruño a pesar de lo bueno del temporal, a pesar de la abundante cosecha. Tal vez no ayuden estos guerreros pero cómo recuerdan a los de Cañas que son de ahí, no de otro lugar.


El Fido

Esta es la historia del hijo especial de una familia, no es cualquier hijo, es como un hermano para Fany y para Yessenia, pero no es su hermano. Don Cleto lo compró en la Villa, tenía ganas de contar con un macho en casa, ya que sus dos muchachos se fueron a Texas, a trabajar el campo que mucho antes era mexicano.
El Fido lo acompaña desde amanecer hasta la noche. Se van a la labor y es como uno de ellos. Cuando va la señora Sonia al sembradío y es hora del almuerzo, desde lejos huele la comida y se avalanza hasta comer completa su ración.
Las veces que Don Cleto se echa el sueño de la tarde, el Fido vigila y espanta los coyotes por eso Don Cleto lo quiere, lo estima bien como un hijo sin que lo sea, siendo compañero fiel con pelaje manchado y rebelde.

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