En búsqueda del origen del Hombre
EN BUSQUEDA DEL ORIGEN DEL HOMBRE…
… una reflexión de Antropología Teológica por:
ARMANDO SUÁREZ DÍAZ
OSCAR ALBERTO CAMPUZANO
RAFAEL VERDEJA MERCADO
Una de las preguntas que nos hacemos los seres humanos es acerca del sentido de nuestra existencia, sobre nuestro origen y nuestro destino. Todos los hombres nos planteamos estas cuestiones alguna vez. La manera de contestar y las mismas respuestas han sido muy variadas a lo largo de los siglos. Consideramos con el supuesto que el hombre es un ser inteligente y que no puede renunciar a comprenderse a sí mismo, no puede ahogar el deseo de saber el porqué y el para qué de su existencia, necesita buscar una respuesta a la cuestión última de su propia vida. Hoy más que nunca la desesperación por la aparente falta de sentido de la vida se ha convertido en un problema clave y urgente a escala mundial.
Habla sobre el sentido de la vida en nuestra sociedad, vemos que está empeñada en hacer más feliz la vida de la gente; busca a sobremanera suavizar todo lo que molesta, apartando lo que estorba, asilenciando gritos, acallando preguntas, durmiendo conciencias. Una sociedad en la ciudad tiene los medios para satisfacer todas y cada una de las necesidades, y nuestra sociedad de consumo aún crea algunas nuevas necesidades para satisfacerlas. De esta realidad, tenemos que vivir acontecimientos que nos presentan la cruda realidad en que vivimos, como si fuera una enfermedad incurable, un accidente de tráfico, la muerte de un ser querido. Son situaciones en las que nuestras seguridades y nuestra propia existencia se tambalean y la pregunta por el destino final del hombre resurge con toda su fuerza.
Lo que sucede ante una sociedad contemporánea, radica en la búsqueda de sentido. Una pregunta que la podemos encontrar mediante la creencia, donde la religión nos muestran algunas respuestas. Que podemos tener la capacidad de darle sentido a su vida, que podemos ser felices y estamos capacitados para el gozo y el sufrimiento, que podemos asumir los éxitos y los fracasos, e incluso estamos preparados para dar nuestra vida, si fuera necesario; hablamos de valores trascendentes que nos quitan de esta realidad material y nos traslada a opciones de anhelar cosas mejores. Una vida mejor.
La Antropología, nos ayuda a reflexionar y conocer otras disciplinas en torno al fenómeno humano, iluminarnos sobre lo que somos pero sin darnos una respuesta definitiva. Somos un misterio para nosotros mismos. Si el hombre es para sí mismo un misterio, la interpretación del sentido de su existencia no es sólo decisión de la razón, sino opción de su libertad. Ha de hacer una opción bien pensada, con motivaciones racionales, pero debe arriesgarse, consciente de no entender todo, porque la razón no puede lograr la evidencia del sentido de la vida.
Hay una dimensión de nuestro ser humano que nos hace capaces de creer, que poseemos ya antes de creer, y que debemos conocer incluso sin creer, aunque una vez que hemos creído descubramos todo el sentido y alcance de tal dimensión. Si el ser humano no estuviera en disposición de abrirse a Dios, la revelación no tendría sentido, pues el ser humano no sería capaz de escuchar o de acoger a Dios. Hay quien niega la revelación basándose precisamente en la distancia infinita que hay entre Dios y el hombre, y por tanto, en la imposibilidad por parte del ser humano de entender, desde su finitud, al infinito de Dios.
Nuestras aspiraciones humanas y la revelación de Dios, existe una correlación entre lo que el hombre busca, y deposita en su búsqueda de bien, de felicidad, de la verdad. Se trata de una palabra de Dios que no fuera al encuentro de las posibilidades, pero también de las aspiraciones del hombre, aparecería como sin sentido.
Existen diferentes posiciones y por diferentes autores se ha tratado de justificar que el ser humano está abierto a la Trascendencia, a Dios, e incluso a la posible Palabra de Dios. Tratando de explicar las condiciones de posibilidad de esta apertura. En base a la teología se puede explicar la apertura del hombre a Dios, el ser humano ha sido creado a imagen de Dios y, por eso, lleva una huella de Dios en el fondo de su ser. Nos referimos, a continuación, a la base filosófica de la apertura, a saber, aquellos datos delimitables desde la propia experiencia, aunque creyentes y no creyentes. Encontrarnos ante el problema del bien o del mal, y lograr encontrar la respuesta sobre el sentido de la vida, lo cierto es que la pregunta se impone con toda su gravedad. Y la razón última de por qué el hombre está en busca de sentido es porque, lo sepa o no lo sepa, posee una dignidad sin igual que le hace superior al resto de lo creado. Pero el problema es que el hombre parece no estar nunca satisfecho consigo mismo. Siempre busca más, vive en una permanente inquietud. Parece que sus múltiples conquistas y realizaciones no logran alcanzar lo que es.
El hombre, al entenderse como imagen y semejanza de Dios, seria la razón última de su dignidad y lo que hace de él, en este mundo, un ser sin igual. Que el ser humano sea imagen de Dios explicaría además su libertad, entendida como capacidad de autodeterminación: el hombre participa de la providencia como tal y es providente para sí mismo y para las demás cosas. Situarse, en cierto modo, a la altura de Dios y, por tanto, que pueda ser su interlocutor. Dios crea un ser capaz de dar respuesta adecuada a su amor. El hombre es el único ser sobre la tierra que, por ser su imagen, puede entrar en diálogo con Dios. No es Dios. Depende de Dios, una dependencia así no sólo es liberadora porque brota del amor, sino que hace incluso posible la respuesta negativa a la llamada del amor. Un amor que nos hace estar abiertos a Dios y la interpretación creyente de su apertura a la trascendencia.
Debemos tener en cuenta que el hombre es un ser finito, mundano, dependiente, no necesita de largas explicaciones. Lo que sí necesita explicación es su distancia con relación al mundo, su conciencia, su libertad, su insatisfacción, su capacidad de aburrimiento o de alegría, su fidelidad, su esperanza, su necesidad de amor, su búsqueda del bien y de la felicidad, su resistencia frente al mal, su profunda decepción frente a la muerte, su posibilidad de preguntar, de preguntar infinitamente y de preguntar sobre sí mismo. En la medida en que el hombre se interroga afirma su finitud, pero manifiesta también su apertura a la superación de su finitud. El milagro de la vida y el enigma de la muerte manifiestan que el ser humano está abierto al más allá de sí mismo. La vida puede calificarse de milagro: no hay ninguna razón para que yo sea, y para que sea como soy. La vida es un milagro, donde no había ser, de pronto hay ser. Ha ocurrido un salto de la nada al ser.
Vivir en la esperanza y el deseo de vivir pueden abrirnos a la fe religiosa. En ámbitos teológicos se suele destacar que la fe nos abre a la esperanza, y se olvida que también la esperanza nos abre a la fe. La esperanza de vivir, el empuje de la vida nos abre a lo religioso, de modo que si no la fe en Dios, al menos la pregunta por su posible existencia, surge de los anhelos y esperanzas más profundos del ser humano. La esperanza, la búsqueda de futuro y de sentido bien podría desencadenar el movimiento que lleva a la fe. Sin esta búsqueda previa difícilmente podrá el hombre plantearse la cuestión de Dios y abrirse a él. La búsqueda que provoca la esperanza y el deseo de luchar porque nuestros mejores sueños se realicen se explica teológicamente porque en el hombre preexisten los bienes prometidos por Dios, al menos en forma de deseo de bien, de justicia, de belleza, de verdad, de amor. Ahí se encuentra la base de la apertura del ser humano a lo religioso: en mi hay, al menos, un esbozo de la plenitud que Dios promete.
Dios se define como Amor, la realidad misma del amor como base y fundamento del conocer, y como ampliación de los horizontes de la razón, que es tanto como decir ampliación de los horizontes de lo humano. Saber conocer quien ama y en la medida en que ama. Nos referimos a un amor que no se carga de poder y de razones, que desde la debilidad de la entrega y la no razón del perdón y la misericordia, puede abrirnos a la verdadera Sabiduría del amor; en una adecuada actitud para la acogida del Dios Trascendente.
Tengamos en cuenta, como Dios se manifiesta en la Sagrada Escritura como buscador del hombre, invitándole continuamente al encuentro personal con Él, pidiéndole una respuesta libre, pero decidida. En su respuesta, el hombre se juega su destino y su felicidad, ya que la referencia a Dios es el constitutivo esencial del ser humano.
Encontrarse en la constante felicidad, aquella que le corresponde a los seres humanos consiste en vivir una relación armoniosa con la naturaleza, con los otros seres humanos y con Dios. Sin embargo, los hombres se creen autosuficientes y, llenos de orgullo, quieren ser como Dios, se niegan a obedecerle y a reconocer que le necesitan. Renuncian a vivir en comunión con su Creador, por lo que no pueden permanecer en el Paraíso, del que ellos mismos se han auto expulsado. Es una forma de rechazo al Creador, un alejamiento con los demás hombres. Una concepción de pecado, nos debería motivar a estar más cerca de Dios, a permanecer en lo más profundo de nuestro ser como vocación. Con su obra salvadora, en la presencia de Jesús, aquel que nos abre el acceso al Padre y nos comunica su Espíritu que nos permite participar de su condición de Hijo de Dios; de ser hijos también de Dios.
… una reflexión de Antropología Teológica por:
ARMANDO SUÁREZ DÍAZ
OSCAR ALBERTO CAMPUZANO
RAFAEL VERDEJA MERCADO
Una de las preguntas que nos hacemos los seres humanos es acerca del sentido de nuestra existencia, sobre nuestro origen y nuestro destino. Todos los hombres nos planteamos estas cuestiones alguna vez. La manera de contestar y las mismas respuestas han sido muy variadas a lo largo de los siglos. Consideramos con el supuesto que el hombre es un ser inteligente y que no puede renunciar a comprenderse a sí mismo, no puede ahogar el deseo de saber el porqué y el para qué de su existencia, necesita buscar una respuesta a la cuestión última de su propia vida. Hoy más que nunca la desesperación por la aparente falta de sentido de la vida se ha convertido en un problema clave y urgente a escala mundial.
Habla sobre el sentido de la vida en nuestra sociedad, vemos que está empeñada en hacer más feliz la vida de la gente; busca a sobremanera suavizar todo lo que molesta, apartando lo que estorba, asilenciando gritos, acallando preguntas, durmiendo conciencias. Una sociedad en la ciudad tiene los medios para satisfacer todas y cada una de las necesidades, y nuestra sociedad de consumo aún crea algunas nuevas necesidades para satisfacerlas. De esta realidad, tenemos que vivir acontecimientos que nos presentan la cruda realidad en que vivimos, como si fuera una enfermedad incurable, un accidente de tráfico, la muerte de un ser querido. Son situaciones en las que nuestras seguridades y nuestra propia existencia se tambalean y la pregunta por el destino final del hombre resurge con toda su fuerza.
Lo que sucede ante una sociedad contemporánea, radica en la búsqueda de sentido. Una pregunta que la podemos encontrar mediante la creencia, donde la religión nos muestran algunas respuestas. Que podemos tener la capacidad de darle sentido a su vida, que podemos ser felices y estamos capacitados para el gozo y el sufrimiento, que podemos asumir los éxitos y los fracasos, e incluso estamos preparados para dar nuestra vida, si fuera necesario; hablamos de valores trascendentes que nos quitan de esta realidad material y nos traslada a opciones de anhelar cosas mejores. Una vida mejor.
La Antropología, nos ayuda a reflexionar y conocer otras disciplinas en torno al fenómeno humano, iluminarnos sobre lo que somos pero sin darnos una respuesta definitiva. Somos un misterio para nosotros mismos. Si el hombre es para sí mismo un misterio, la interpretación del sentido de su existencia no es sólo decisión de la razón, sino opción de su libertad. Ha de hacer una opción bien pensada, con motivaciones racionales, pero debe arriesgarse, consciente de no entender todo, porque la razón no puede lograr la evidencia del sentido de la vida.
Hay una dimensión de nuestro ser humano que nos hace capaces de creer, que poseemos ya antes de creer, y que debemos conocer incluso sin creer, aunque una vez que hemos creído descubramos todo el sentido y alcance de tal dimensión. Si el ser humano no estuviera en disposición de abrirse a Dios, la revelación no tendría sentido, pues el ser humano no sería capaz de escuchar o de acoger a Dios. Hay quien niega la revelación basándose precisamente en la distancia infinita que hay entre Dios y el hombre, y por tanto, en la imposibilidad por parte del ser humano de entender, desde su finitud, al infinito de Dios.
Nuestras aspiraciones humanas y la revelación de Dios, existe una correlación entre lo que el hombre busca, y deposita en su búsqueda de bien, de felicidad, de la verdad. Se trata de una palabra de Dios que no fuera al encuentro de las posibilidades, pero también de las aspiraciones del hombre, aparecería como sin sentido.
Existen diferentes posiciones y por diferentes autores se ha tratado de justificar que el ser humano está abierto a la Trascendencia, a Dios, e incluso a la posible Palabra de Dios. Tratando de explicar las condiciones de posibilidad de esta apertura. En base a la teología se puede explicar la apertura del hombre a Dios, el ser humano ha sido creado a imagen de Dios y, por eso, lleva una huella de Dios en el fondo de su ser. Nos referimos, a continuación, a la base filosófica de la apertura, a saber, aquellos datos delimitables desde la propia experiencia, aunque creyentes y no creyentes. Encontrarnos ante el problema del bien o del mal, y lograr encontrar la respuesta sobre el sentido de la vida, lo cierto es que la pregunta se impone con toda su gravedad. Y la razón última de por qué el hombre está en busca de sentido es porque, lo sepa o no lo sepa, posee una dignidad sin igual que le hace superior al resto de lo creado. Pero el problema es que el hombre parece no estar nunca satisfecho consigo mismo. Siempre busca más, vive en una permanente inquietud. Parece que sus múltiples conquistas y realizaciones no logran alcanzar lo que es.
El hombre, al entenderse como imagen y semejanza de Dios, seria la razón última de su dignidad y lo que hace de él, en este mundo, un ser sin igual. Que el ser humano sea imagen de Dios explicaría además su libertad, entendida como capacidad de autodeterminación: el hombre participa de la providencia como tal y es providente para sí mismo y para las demás cosas. Situarse, en cierto modo, a la altura de Dios y, por tanto, que pueda ser su interlocutor. Dios crea un ser capaz de dar respuesta adecuada a su amor. El hombre es el único ser sobre la tierra que, por ser su imagen, puede entrar en diálogo con Dios. No es Dios. Depende de Dios, una dependencia así no sólo es liberadora porque brota del amor, sino que hace incluso posible la respuesta negativa a la llamada del amor. Un amor que nos hace estar abiertos a Dios y la interpretación creyente de su apertura a la trascendencia.
Debemos tener en cuenta que el hombre es un ser finito, mundano, dependiente, no necesita de largas explicaciones. Lo que sí necesita explicación es su distancia con relación al mundo, su conciencia, su libertad, su insatisfacción, su capacidad de aburrimiento o de alegría, su fidelidad, su esperanza, su necesidad de amor, su búsqueda del bien y de la felicidad, su resistencia frente al mal, su profunda decepción frente a la muerte, su posibilidad de preguntar, de preguntar infinitamente y de preguntar sobre sí mismo. En la medida en que el hombre se interroga afirma su finitud, pero manifiesta también su apertura a la superación de su finitud. El milagro de la vida y el enigma de la muerte manifiestan que el ser humano está abierto al más allá de sí mismo. La vida puede calificarse de milagro: no hay ninguna razón para que yo sea, y para que sea como soy. La vida es un milagro, donde no había ser, de pronto hay ser. Ha ocurrido un salto de la nada al ser.
Vivir en la esperanza y el deseo de vivir pueden abrirnos a la fe religiosa. En ámbitos teológicos se suele destacar que la fe nos abre a la esperanza, y se olvida que también la esperanza nos abre a la fe. La esperanza de vivir, el empuje de la vida nos abre a lo religioso, de modo que si no la fe en Dios, al menos la pregunta por su posible existencia, surge de los anhelos y esperanzas más profundos del ser humano. La esperanza, la búsqueda de futuro y de sentido bien podría desencadenar el movimiento que lleva a la fe. Sin esta búsqueda previa difícilmente podrá el hombre plantearse la cuestión de Dios y abrirse a él. La búsqueda que provoca la esperanza y el deseo de luchar porque nuestros mejores sueños se realicen se explica teológicamente porque en el hombre preexisten los bienes prometidos por Dios, al menos en forma de deseo de bien, de justicia, de belleza, de verdad, de amor. Ahí se encuentra la base de la apertura del ser humano a lo religioso: en mi hay, al menos, un esbozo de la plenitud que Dios promete.
Dios se define como Amor, la realidad misma del amor como base y fundamento del conocer, y como ampliación de los horizontes de la razón, que es tanto como decir ampliación de los horizontes de lo humano. Saber conocer quien ama y en la medida en que ama. Nos referimos a un amor que no se carga de poder y de razones, que desde la debilidad de la entrega y la no razón del perdón y la misericordia, puede abrirnos a la verdadera Sabiduría del amor; en una adecuada actitud para la acogida del Dios Trascendente.
Tengamos en cuenta, como Dios se manifiesta en la Sagrada Escritura como buscador del hombre, invitándole continuamente al encuentro personal con Él, pidiéndole una respuesta libre, pero decidida. En su respuesta, el hombre se juega su destino y su felicidad, ya que la referencia a Dios es el constitutivo esencial del ser humano.
Encontrarse en la constante felicidad, aquella que le corresponde a los seres humanos consiste en vivir una relación armoniosa con la naturaleza, con los otros seres humanos y con Dios. Sin embargo, los hombres se creen autosuficientes y, llenos de orgullo, quieren ser como Dios, se niegan a obedecerle y a reconocer que le necesitan. Renuncian a vivir en comunión con su Creador, por lo que no pueden permanecer en el Paraíso, del que ellos mismos se han auto expulsado. Es una forma de rechazo al Creador, un alejamiento con los demás hombres. Una concepción de pecado, nos debería motivar a estar más cerca de Dios, a permanecer en lo más profundo de nuestro ser como vocación. Con su obra salvadora, en la presencia de Jesús, aquel que nos abre el acceso al Padre y nos comunica su Espíritu que nos permite participar de su condición de Hijo de Dios; de ser hijos también de Dios.
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