LA SOLIDARIDAD

La solidaridad

Por: Roque Aguilar


La solidaridad es una de las concepciones sociales y políticas, que constituye y forma parte de la comunidad, es singular el interés del hombre por el hombre, sobre todo en el estudio de sí mismo, pero en la percepción de uno para con el otro es menester la cercanía del prójimo. En la teología es particular la visión, sin embargo es la que tomaremos como primaria, diremos que se adoptó por primera vez el término solidaritas, aplicado a la comunidad de todos los hombres, iguales todos por ser hijos de Dios y vinculados estrechamente en sociedad.
Entendemos, por tanto, que el concepto de solidaridad, para la teología, está estrechamente vinculado con el de fraternidad de todos los hombres, una fraternidad que les impulsa a buscar el bien de todas las personas, por el hecho mismo de que todos son iguales en dignidad gracias a la realidad de la filiación divina.
Sin embargo es estresante pensar que hasta nuestros días la idea de igualdad no está del todo en nuestra mentes y actos ordinarios, ya que en la misma sociedad de una misma región en particular, encontramos divisiones, por tanto diremos que estamos en un mundo fragmentado, en donde la unidad y solidaridad es el ensimismamiento de los recursos y posibilidades de los cuales el hombre en algún momento es acreedor, olvidándose de los que le rodean y pareciendo como si solo el mundo fuera de él.
Así mismo la práctica de la solidaridad requiere, necesariamente, de más de un individuo. Dos seres humanos podrían ser solidarios si vivieran solos en una isla desierta, tanto como una persona que vive en una comunidad inmensa puede ser solidaria al colaborar con la buena alimentación de los niños de un país que está a kilómetros de distancia. Desde luego, la forma más simple, pura y cercana de la solidaridad la encontramos entre seres humanos próximos, en una relación personal de dos individuos.
Lo que debe empujar a un hombre a ser verdaderamente solidario no es, en ningún momento, el hecho de que con eso se vaya a conseguir algún beneficio personal, sino la verdad de que esa otra persona es precisamente eso; una persona a imagen y con las mismas posibilidades que todos pero por x o por y necesita del otro, esto nos deja ver una idea siempre estaremos en el plano menesteroso, necesitados, pues somos interminados y por la libertad como hombre e hijos de Dios corresponde a nosotros poner de nuestra parte para seguir construyendo la creación. Por tanto la convicción de igualdad y la virtud de la caridad son las que deben impulsar un acto solidario.
Es así que la solidaridad debe ser verdadera, tangible, cierta, debe ser activa, perseverante, constante, no es posible confundirla con un vago sentimiento de malestar ante la desgracia de los demás. La solidaridad, en el compromiso del hombre y de la mujer, es un servicio a aquellos cuyas vidas y destinos están ligados estrechamente entre sí. La solidaridad es entrega y por tanto, diametralmente opuesta al deseo egoísta, que impide el verdadero desarrollo.
Por eso hemos dicho; la solidaridad es unión, mientras que el egoísmo es aislamiento. La solidaridad favorece el desarrollo, el egoísmo a la pobreza y aislamiento. La solidaridad aprovecha los bienes, los distribuye, los comparte, los multiplica, el egoísmo, los corrompe, los hace estériles, los pervierte para hacer de los bienes plataformas de podredumbre, de riquezas desbordantes de inutilidad y vergüenza, siendo solo algunos los ganantes de la sociedad y de la vida.
El ser humano es un ser social; necesita de otros y los otros necesitan de él, cualquier hombre que acepte a la justicia como la constante y perpetua disposición de dar a cada quien lo que por derecho le corresponde sabrá, por lo mismo, observar en la solidaridad una verdadera exigencia de la justicia misma y un vivir la caridad.

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