LA JUVENTUD DE CARA A LA RELIGIÓN
LA JUVENTUD DE CARA A LA RELIGIÓN
POR: Rodolfo Durán y Elvis Batista
La juventud es una etapa que busca afianzarse y soñar. Es el momento donde se sueña con grandes transformaciones a nivel personal y todo lo que se relaciona con ellos. Se puede afirmar que de pendiendo de cómo piensen y actúen los jóvenes, de esto penderá el futuro inmediato. Y es que los adultos de hoy fueron los jóvenes de los 80s y de los 90s.
Los jóvenes necesitan espacios adecuados para demostrar todo el potenciar que llevan dentro de sí. Reclaman su protagonismo y a gritos exigen que se le tome en cuenta. Los adultos están llamados a ayudar a los jóvenes en esta búsqueda incensante de la verdad. Juan Pablo II nos decía que el bien no se impone, se propone. Esa debe ser nuestra ilusión y meta: redimensionar la fe de los jóvenes para que lleguen a un encuentro íntimo con Jesucristo: hombre perfecto. En ese sentido, un 77% de los jóvenes afirman que ven en Jesús un modelo digno de seguir. Me pregunto: ¿Qué estamos esperando para mostrar el verdadero rostro de Cristo? O ¿por qué Cristo sí y la Iglesia no? Este porcentaje positivo debe de llevarnos a dar más. Todos los bautizados estamos comprometidos a llevar en nosotros a Cristo, porque ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20). Esto debemos mostrarlo con el testimonio.
Se percibe que nuestros jóvenes no se involucran en las actividades religiosas y que para un 70% la actitud frente a la iglesia es de indiferencia, y de este 70%, un 13% tiene una visión negativa de la Iglesia y el 53% restante no se siente integrado a la Iglesia, a pesar de que conoce cómo funciona y en la niñez la frecuentaron.
Esta afirmación es fruto de una investigación que se llevó a cabo en la en la puerta de la Universidad de Guadalajara el pasado viernes 2 de diciembre del presente 2010. Un dato que llama profundamente la atención es que de los encuestados (53 jóvenes), un 98% proviene de familias católicas y de todos ellos, un 17% se confiesa ateo; lo impactante es que estamos segurísimos que fueron bautizados en la Iglesia, pero ¿qué pasó después? Cuando la fe se conoce, se vive y se ama, produce unos efectos refrescantes que llena nuestra completa existencia de sentido y de verdad, pero cuando se ve la fe como un supermercado y se acudo a comprar el sacramento del bautismo u otro que necesito, pero no abrazo esta fe como el mayor don de Dios que se da gratuitamente a los corazones que le acogen con alegría. Y como no consigo explicarme con claridad, dejaré que el Señor Jesús nos lo aclare con su palabra: “No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose os despedacen”(Mt, 7, 6).
Otro puntito que nos propusimos conocer era si los jóvenes percibían la presencia de Dios en la Iglesia. Para nuestra sorpresa un 64% afirmó que sí, pero un 36% afirmó negativamente. Esta cifra negativa es alarmante porque provoca que nos rasquemos la cabeza y tratemos de buscar las causas que han provocado que estos jóvenes lleguen a la conclusión de que la Iglesia católica no es portadora de Dios, es decir, que Dios no está presente en ella.
El apóstol San Pablo nos dice: “Cristo es Cabeza de la Iglesia, el Salvador del Cuerpo. Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentarse resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 23.25-27).
A este respecto se presentaba en el instrumento elaborado para este fin la siguiente pregunta: ¿Con todos los escándalos que se han dado en la Iglesia, para ti sigue siendo una referencia moral en tu vida? un 47% da su no de una forma categórica y tajante y un 53% ofrece su sí, aunque se percibe algunas gotas de sudor en esa afirmación. Observese bien que es muy grande el porcentaje que ha perdido toda esperanza fruto a las debilidades humanas que empañan el mensaje salvífico que posee la Iglesia, como cuerpo de Cristo y depositaria de salvación, vía de acceso para el encuentro con Cristo, salvador del género humano. “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).
El joven en su interior tiene un deseo por la trascendencia; anhela encontrarse con Dios y tener una relación fuerte y seria con el Dios que le ama. Sin embargo, ejerce sobre él, un peso muy grande la secularización y las estructuras sociales que ahogan los deseos más hondos de su corazón, y por ello pervive en la superficialidad que le imposibilita encontrarse con el Dios vivo en el aquí y en el ahora.
La misión de la Iglesia es buscar a los más alejados, salir a su encuentro. En ese sentido, se percibe que los que están más distantes en este momento son los jóvenes. La postura de estos jóvenes es clara: indiferencia y alejamiento. Nuestra postura como Iglesia debe ser como la del buen pastor, que tenía sus 99 ovejas pero se dio cuenta que le faltaba una y fue en su búsqueda y al encontrarla, vendó sus heridas, la cargó en sus hombros y la llevó de nuevo al redil y luego llamó a sus amigos y le compartió la alegría de haber encontrado a la oveja que se le había perdido (cf. Lc 15, 4-7).
La intención que quiere suscitar este escrito es que nos preguntemos: hasta ahora ¿qué hemos hecho por los jóvenes para que se encuentren con Dios? Si tu respuesta es nula, es hora que desperteis del sueño, la noche va pasando, el día está encima (cf. Rm 13, 11). Y si tu respuesta hasta ahora ha sido de un compromiso intenso para con los jóvenes, te pido que no te canses, no renuncies porque como busca la cierva corrientes de agua, así el alma de los jóvenes está sediente del amor de Dios en sus vidas, única fuerza verdadera que le ayudará a transformarse a sí mismo y el hermoso mundo que le rodea.
POR: Rodolfo Durán y Elvis Batista
La juventud es una etapa que busca afianzarse y soñar. Es el momento donde se sueña con grandes transformaciones a nivel personal y todo lo que se relaciona con ellos. Se puede afirmar que de pendiendo de cómo piensen y actúen los jóvenes, de esto penderá el futuro inmediato. Y es que los adultos de hoy fueron los jóvenes de los 80s y de los 90s.
Los jóvenes necesitan espacios adecuados para demostrar todo el potenciar que llevan dentro de sí. Reclaman su protagonismo y a gritos exigen que se le tome en cuenta. Los adultos están llamados a ayudar a los jóvenes en esta búsqueda incensante de la verdad. Juan Pablo II nos decía que el bien no se impone, se propone. Esa debe ser nuestra ilusión y meta: redimensionar la fe de los jóvenes para que lleguen a un encuentro íntimo con Jesucristo: hombre perfecto. En ese sentido, un 77% de los jóvenes afirman que ven en Jesús un modelo digno de seguir. Me pregunto: ¿Qué estamos esperando para mostrar el verdadero rostro de Cristo? O ¿por qué Cristo sí y la Iglesia no? Este porcentaje positivo debe de llevarnos a dar más. Todos los bautizados estamos comprometidos a llevar en nosotros a Cristo, porque ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20). Esto debemos mostrarlo con el testimonio.
Se percibe que nuestros jóvenes no se involucran en las actividades religiosas y que para un 70% la actitud frente a la iglesia es de indiferencia, y de este 70%, un 13% tiene una visión negativa de la Iglesia y el 53% restante no se siente integrado a la Iglesia, a pesar de que conoce cómo funciona y en la niñez la frecuentaron.
Esta afirmación es fruto de una investigación que se llevó a cabo en la en la puerta de la Universidad de Guadalajara el pasado viernes 2 de diciembre del presente 2010. Un dato que llama profundamente la atención es que de los encuestados (53 jóvenes), un 98% proviene de familias católicas y de todos ellos, un 17% se confiesa ateo; lo impactante es que estamos segurísimos que fueron bautizados en la Iglesia, pero ¿qué pasó después? Cuando la fe se conoce, se vive y se ama, produce unos efectos refrescantes que llena nuestra completa existencia de sentido y de verdad, pero cuando se ve la fe como un supermercado y se acudo a comprar el sacramento del bautismo u otro que necesito, pero no abrazo esta fe como el mayor don de Dios que se da gratuitamente a los corazones que le acogen con alegría. Y como no consigo explicarme con claridad, dejaré que el Señor Jesús nos lo aclare con su palabra: “No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose os despedacen”(Mt, 7, 6).
Otro puntito que nos propusimos conocer era si los jóvenes percibían la presencia de Dios en la Iglesia. Para nuestra sorpresa un 64% afirmó que sí, pero un 36% afirmó negativamente. Esta cifra negativa es alarmante porque provoca que nos rasquemos la cabeza y tratemos de buscar las causas que han provocado que estos jóvenes lleguen a la conclusión de que la Iglesia católica no es portadora de Dios, es decir, que Dios no está presente en ella.
El apóstol San Pablo nos dice: “Cristo es Cabeza de la Iglesia, el Salvador del Cuerpo. Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentarse resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 23.25-27).
A este respecto se presentaba en el instrumento elaborado para este fin la siguiente pregunta: ¿Con todos los escándalos que se han dado en la Iglesia, para ti sigue siendo una referencia moral en tu vida? un 47% da su no de una forma categórica y tajante y un 53% ofrece su sí, aunque se percibe algunas gotas de sudor en esa afirmación. Observese bien que es muy grande el porcentaje que ha perdido toda esperanza fruto a las debilidades humanas que empañan el mensaje salvífico que posee la Iglesia, como cuerpo de Cristo y depositaria de salvación, vía de acceso para el encuentro con Cristo, salvador del género humano. “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).
El joven en su interior tiene un deseo por la trascendencia; anhela encontrarse con Dios y tener una relación fuerte y seria con el Dios que le ama. Sin embargo, ejerce sobre él, un peso muy grande la secularización y las estructuras sociales que ahogan los deseos más hondos de su corazón, y por ello pervive en la superficialidad que le imposibilita encontrarse con el Dios vivo en el aquí y en el ahora.
La misión de la Iglesia es buscar a los más alejados, salir a su encuentro. En ese sentido, se percibe que los que están más distantes en este momento son los jóvenes. La postura de estos jóvenes es clara: indiferencia y alejamiento. Nuestra postura como Iglesia debe ser como la del buen pastor, que tenía sus 99 ovejas pero se dio cuenta que le faltaba una y fue en su búsqueda y al encontrarla, vendó sus heridas, la cargó en sus hombros y la llevó de nuevo al redil y luego llamó a sus amigos y le compartió la alegría de haber encontrado a la oveja que se le había perdido (cf. Lc 15, 4-7).
La intención que quiere suscitar este escrito es que nos preguntemos: hasta ahora ¿qué hemos hecho por los jóvenes para que se encuentren con Dios? Si tu respuesta es nula, es hora que desperteis del sueño, la noche va pasando, el día está encima (cf. Rm 13, 11). Y si tu respuesta hasta ahora ha sido de un compromiso intenso para con los jóvenes, te pido que no te canses, no renuncies porque como busca la cierva corrientes de agua, así el alma de los jóvenes está sediente del amor de Dios en sus vidas, única fuerza verdadera que le ayudará a transformarse a sí mismo y el hermoso mundo que le rodea.
Comentarios
Publicar un comentario